En el salón de clase había dos alumnos que tenían el mismo apellido, Ramirez. Uno de los Ramirez, el más pequeño era un verdadero dolor de cabeza para la maestra; indisciplinado, poco aplicado en sus estudios, buscador de pleitos. El otro Ramirez en cambio, era un alumno ejemplar.
Tras la reunión de representantes, una señora de modales muy finos se presentó a la maestra como la mamá de Ramirez.
Creyendo que se trataba de la mamá del alumno aplicado, la maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones, y repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
A la mañana siguiente, el Ramirez revoltoso llegó muy temprano al colegio y fue directo en busca de su maestra. Cuando le encontró, le dijo casi entre lágrimas: "muchas gracias por haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus alumnos preferidos, y que era un placer tenerme en su clase, con que alegría me lo ha dicho mamá, que feliz estaba. Ya se que hasta ahora no he sido bueno, pero a partir de hoy lo voy a ser"
La maestra cayó en la cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo sonrió y acarició levemente la cabeza del niño en un gesto de profundo cariño. El pequeño Ramirez cambió totalmente desde entonces, y fue realmente, un placer tenerlo en clase.
(comentario: a veces con unas simples palabras amables y de aliento, podemos hacer que las personas cambien de rumbo en su vida, podemos levantar; pero también destruir. Por eso antes de hablar pensemos en el mensaje que queremos dar)
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